El Tiempo en la experiencia humana

Recuerdo que tenía 20 minutos para presentar mi tesis de magister. Y comencé a pensar que, para mí y para quienes me escucharían, este tiempo lo percibiríamos de forma muy distinta.

A ellos se les podrían hacer eternos, por ejemplo. Pero para mi,  pasarían demasiado rápido. Es posible que al terminar de hablar sintiera que habría necesitado mucho más tiempo. Si lograba transmitirles mi mensaje, seguramente la presentación duraría por mucho tiempo en mi memoria:  volviendo una y otra vez a este momento. Y lo mismo pasaría si sentía que había fracasado en mi intento, sintiendo que ese momento no terminaría nunca, permaneciendo largo rato, de alguna manera “viviendo” en él.

¿Se han visto en una situación similar ?

Hoy quiero hablarles sobre el tiempo. Sabemos que el tiempo es variable, sabemos que lo percibimos de distintas formas, sabemos que nuestra percepción del tiempo cambia según nuestras proyecciones mentales y esta temporalidad, que entendemos como un indicador de la naturaleza del tiempo en la consciencia humana, puede convertirse en un dolor, una preocupación o una fuente de problemas.

El tiempo externo es una parte mínima de lo que experimentamos en nuestra vida, puesto que existe un tiempo psicológico cuya subjetividad puede llevar a experiencias del pasado y el futuro en forma constante (la memoria, por ejemplo, es un mecanismo especifico que logra transportarnos hacia el pasado de nuestra vida).

El tiempo subjetivo, el modo en que pensamos el tiempo, influye también en el modo en el cual lo percibimos. Aquello que experimentamos como tiempo es un fenómeno no sólo del mundo externo sino también de nuestra consciencia. Citando a Varela, tan pronto como se forma una imagen clara, la conciencia la convierte en objeto, la cosifica, queda fijada y pertenece al pasado. Por eso, el presente es un espacio muy estrecho e impermanente y este punto es fundamental para apreciarlo y sentirlo como el único espacio donde se desarrolla nuestra vida.

No obstante, en muchas circunstancias, la temporalidad que percibimos en nuestra experiencia, se puede convertir en un factor de sufrimiento; el mind wondering por ejemplo, da cuenta del estado en el que nuestra atención se engarza en una cadena de pensamientos, habitualmente inconexos y sin objetivo evidente que, en su divagar por el pasado, el presente y el futuro de nuestra historia, imagina y fantasea. Pero, al prolongarse, puede comenzar a tomar rasgos disfuncionales: cuando hemos quedado atrapados en la cascada de ideas, la respuesta por defecto se llama  rumiación; un mecanismo adaptativo a través del que la mente busca en forma reiterativa e insatisfactoria la solución de una realidad que percibe como amenazante.

Una de las premisas en los trabajos de investigación clínica es que los trastornos psicológicos son expresión de que una serie de pensamientos que se han extendido en nuestra mente, siendo incapaz de eliminarlos. Y la persistencia de ciertos patrones de regulación cognitiva como la rumiación, perpetúan estados de ánimo negativos, tal como ocurre en la depresión, alterando no sólo los procesos internos, sino también la temporalidad del individuo. Se ha evidenciado que durante estados depresivos, las personas perciben que el tiempo se enlentece, o  es vivido como expresión de un “no poder avanzar hacia el futuro”. Esta distorsión temporal de la experiencia, crea un sentido de inadecuación que conduce al sufrimiento psíquico.

De igual modo, el tiempo psicológico de la vida actual, presupone una vida orientada hacia el futuro más que al presente. Pues existe una tendencia a vagar en la imaginación, en los pensamientos, en nuestras proyecciones futuras, volviendo la vida muy velozmente en un pasado. Esta sed de velocidad anula la distancia que separa a los individuos de sus objetivos; porque el intentar solo avanzar hacia un objetivo, pasando a través de las cosas; comporta una notable pérdida de contacto con la contemplación del presente y  de nuestra vida.

El Mindfulness, facilita el entrenamiento para cultivar la atención, con apertura y curiosidad, brindándonos la riqueza de la información que contiene momento por momento nuestra vida. Generalmente la damos por descontada, porque estamos concentrados en los contenidos de la experiencia y aquello que vivimos como espontáneo, respondiendo a los hábitos automáticos de nuestra mente.

Cada vez que cultivamos la atención plena, se interrumpe el flujo del pensamiento discursivo, volviendo a estar presentes en la respiración o en las actividades cotidianas: comenzamos a reconocer esta proliferación mental, aceptándola sin juicios, pero evitando extraviarnos automáticamente en ella, pues en la medida en que practicamos nos volvemos dueños de nuestra atención.

La temporalidad es un elemento fundamental a abordar en el proceso de modificar nuestras percepciones y actitudes. En este sentido, el Mindfulness, funciona como una modalidad contrapuesta a los procesos disfuncionales de regulación emocional, como la rumiación y toma su valor al surgir como una herramienta que facilita la búsqueda de mecanismos a través de los cuales podemos ser no sólo libres de elegir cómo organizamos el tiempo, sino también de cómo deseamos percibir el ritmo y el tiempo  de nuestras propias vidas.


Lorena Molina

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